jueves, 10 de junio de 2010

Tinelli, el show de un idiota en la televisión

El poder sin contrapeso de los medios de comunicación puede llegar a blandir, sin ningún escrúpulo, un divertimiento a merced de los que llegan a ser víctimas por sus niveles de ingenuidad o indefensión. Son capaces de banalizar hasta la ignominia sin que nadie los pueda frenar. Esta es una de las facetas que, por encima de otras, caracteriza a los actuales medios que impunemente hacen el trabajo sucio de despojar a otros de su dignidad.
Hace unos días tuvo lugar en Argentina un montaje mediático que no ha llegado aún a las pantallas debido a que fue atemperado por la crítica de algunos sectores. Un individuo reconocido como uno de los más populares en este país, tuvo la ocurrencia de llevar a cabo una “broma” o “jodidita”, (según esta otra expresión que significa lo mismo) la cual consistió en hacer una parodia en la que un grupo de actores fingía arrasar un pueblo de la comunidad autóctona de Apipé en la provincia de Corrientes. Ello en base a una presunta búsqueda de restos arqueológicos. El “chiste” consistió en filmar a los asustados y bravíos pobladores que defendían su pequeño poblado, ante la actuación de quienes se hicieron pasar por científicos extranjeros y la inminente acción de las máquinas que fueron llevadas para causar una impresión realista de que eso iría a suceder. En esto se basó la denominada “jodidita para Tinelli”, así es como se le conoce a este sujeto.
“Dicho sea de paso, en Apipé no hay electricidad, por lo que pocos miembros de su comunidad conocen al conductor y mucho menos a la televisiva y controversial jugarreta de macabra solidaridad que encierra el chiste: tras el sufrimiento viene el premio” De acuerdo con la nota publicada en el diario Página /12, (9-06-2006) por el profesor Claudio Gómez *, “en las imágenes se veía a Matías Alé haciendo d arqueólogo, con barba rapaz y sombrero cazador. * Profesor asociado del Taller de Producción Gráfica II, FP y CS UNLP

Fingiendo un tono canadiense, para hacer más efectivo el rol que calzaba: la representación de una empresa trasnacional.
La gente de Apipé pasó rápidamente del asombro al llanto y de la bronca a la acción: se unieron codo a codo para repeler las máquinas que parecían querer avanzar, por lo pronto, por encima de la escuelita del pueblo. Se formaron filas enteras de hombres, mujeres y chicos dispuestos a defender su tierra. Se organizaron rápido, puesto que un tiempo atrás ya habían sufrido la embestida de otra empresa, una amenaza semejante que, claro, tenía menos interés en joder que en quitarles su lugar para vaya a saber qué emprendimiento”.
Estamos tan acostumbrados a los burlescos maltratos hacia los grupos vulnerables, que estas empresas de medios no se detienen para cometer tropelías como la que se describe en estas líneas.
Lo más probable es que este infame procedimiento digno de un desquiciado, un soberbio acostumbrado a ser aclamado, quede para el anecdotario. Seguramente la demencial idea pase al olvido sin ser motivo de una querella de orden judicial. Son muy poderosos y libertinos estos medios.