Los debates son ventanas por donde es posible asomar un poco al
juego democrático.
Ver y escuchar la forma como los debatientes exponen y
promocionan sus ideas, al tiempo que restan sustancia o procuran evidenciar las
carencias e inconvenientes que conlleva votar por los opositores, nos puede
ayudar a conocerlos de forma distinta a lo que muestran los espots. Sin
embargo, presenciar debates se antoja más como espectáculo que como una forma que
verdaderamente abone para definir la intención del voto.
Los debates en torno a que si varía o no la intensión de voto
después de un debate, se mantienen abiertos, no hay resultados convincentes ni
estudios que avalen una determinada tendencia. Lo que sí se utiliza como
ejemplo son algunos casos que marcaron momentos en que había gran expectativa
por los resultados, tal como sucedió con el debate transmitido por radio y
televisión entre Richrad Nixon y John F. Kennedy en 1960. Los que lo vieron por
la televisión le dieron el triunfo a Kennedy, en tanto que los radioescuchas le
adjudicaron el triunfo a Nixon. Obviamente éstos últimos ganaron al ser la
radio un medio mucho más masivo. Sin embargo la elección fue cerrada: Richard
Nixon (49.9%) frente a John Kenedy (50.1) por lo que difícilmente se puede
aseverar que los debates inclinaron finalmente la elección en favor de alguno
de los contendientes. En realidad hubo cuatro debates, el primero lo ganó
Kennedy, el segundo lo empataron, el tercero Nixon y el cuarto igualmente fue
empatado.
Los debates pueden ser analizados y comprendidos al menos
desde tres enfoques; a) un enfoque democrático, es decir; tienen, entre otros,
el objetivo de atender a la función básica de una campaña que consiste en
legitimar el sistema democrático. Para ello es necesario dotar de información
tanto a los potenciales votantes partidarios como aquellos otros desinformados
o indecisos; b) un enfoque mediático-tecnológico que se relaciona con los
componentes tecnológicos, las innovaciones y el potencial creativo de los
soportes o plataformas sobre las cuales se monta el debate. “Suele suponerse
que si alguien va ganando en los sondeos previos, no hace falta presentarse a
un debate. No obstante ello, pareciera que esa regla rígida, en algunos
contextos, es cada vez más permeable a una demanda pública y democrática para
participar de un debate” (Crespo et al, 2010:201. Y finalmente un enfoque de “marketing
político”, el cual analiza las prácticas que subyacen en los debates,
considerando especialmente a los actores que participan, sus niveles de
emoción, el dramatismo y en sí el montaje escénico que busca la seducción,
motivar en favor de lo que se ofrece.
Lo que vimos el día de ayer fue una transmisión con un estilo
propio del medio y el contexto local: imágenes centradas exclusivamente en el
conductor y en los debatientes, cuando les tocó el turno de participar. Ninguna
cámara portátil que mostrara las reacciones en la gestualidad de quienes eran
aludidos. Ni un set con mamparas, un bag, decorados, nada. Un exceso de
sobriedad que rayó en frialdad. Los de la audiencia nunca vimos cómo estaban
dispuestos los candidatos, con quienes se acompañaron ni qué hacían fuera de su turno para hablar. Lo que sucedió en el estudio quedó totalmente
oculto para los que se quedaron fuera. Obviamente ese era el formato, pero,
pareciera que el IFE peca de austero. Si la idea es quitar espectacularidad en
aras de que hable la democracia por voz de los candidatos, me parece que la
medida adolece totalmente de creatividad. Es como el policía que encierra y
reprime antes a los sospechosos para evitar desordenes. Muy severo el árbitro y
riguroso para algo tan noble como es la televisión.
Quizá por ello los cuatro se manifestaron nerviosos, sobre
todo al inicio. Se les veía como si estuviesen en el banquillo de los acusados
en lugar de ir listos para polemizar, atacar verbalmente y defenderse de la
misma manera, desde luego acatando las reglas. No hubo la frescura que propiciara
una actitud más suelta y por tanto natural o espontánea. Todo fue exageradamente
preparado, previsto, calculado, estudiado, lo cual generó finalmente tanta desconfianza en sí mismos, que hasta se pusieron
a leer. Vaya, hasta el conductor se puso rígido y poco faltó para que también se
pusiera a leer las reglas. Qué solemnidad chingado.
La mención de un texto aprendido de memoria por parte de
Aristóteles cuando inició, no traslució ninguna emoción, era un acto reflejo,
que no fijó ninguna idea por su originalidad, espontaneidad ni nada parecido.
Movió excesivamente los brazos y las manos, sin que tampoco transmitieran
emoción alguna dichos movimientos, más bien eran como para disimular
nerviosismo. Utilizó una impostura de la voz y ademanes que se vieron exagerados.
Lejos de insinuar algo debatible, se dedicó a actuar un espot ampliado.
Como acierto tuvo la capacidad de no caer en las
provocaciones que le hicieron y tampoco perdió compostura para defenderse.
El error más claro es no haber mencionado que encabeza las
encuestas que realizan tiros y troyanos, y que esa es la mejor calificación que
puede él tener y una de las opiniones a considerar, ya que es la voz de pueblo.
No ponderó esa ventaja, tanto de él como de Peña Nieto. Debió agradecer
públicamente ese respaldo y comprometerse a ser recíproco. Dejó ir el argumento
esencial, su mejor arma política hasta ahora. La gente es fiel al PRI como al
Atlas o las chivas. Unas flores al partido hubieran venido bastante bien. Señal
de que le faltan buenos asesores en estrategias de comunicación política.
Enrique Alfaro era la figura que todos querían y esperaban
ver. Comenzó nervioso igual que el resto de los aspirantes. Se le vio con más
edad de la que en realidad tiene, tal vez porque sus asesores le informan de
que sus seguidores aumentan entre los jóvenes y requiere ir por votos de
personas con más edad. Es una suposición simplemente. Como sea, denota dominio
del ambiente político que pretende gobernar, es inteligente, aunque le gana
demasiado su visceralidad. Cuando refiere sus fobias políticas, en concreto a
quien ha convertido públicamente en su enemigo, RPL, denota un sentimiento muy
profundo de rencor y eso seguro que resta puntaje. Como estrategia fue buena en
principio, dada la enorme enemistad que se le guarda al líder político que
controla la UdG. Sin embargo, la comunidad no se mide por los liderazgos
antiguos y recientes, sino por la diversidad que caracteriza a la universidad.
Que el poder se concentre y sirva más para unos que para otros, es uno de los
grandes problemas nacionales, incluso dentro de las filas de los propios
candidatos donde siempre hay dolidos y premiados.
Traer a colación el nombre de este político, sin que viniera
al caso, de seguro le acarreará más reacciones negativas que positivas en el
pos debate. Los pos debates suelen ser más trascendentes que los mismos
debates.
Los universitarios, aunque no simpaticen con el líder en
cuestión, no creo que aprueben que alguien meta bronca en la universidad porque
quiere cambiar los mandos. La figura de un gobernador tratando de intervenir en
los asuntos medulares de la institución como es la remoción de cuadros, lo
único que genera es rechazo. El recuerdo de Briseño sacudiendo a la universidad
está muy fresco y cualquier acción en ese sentido es percibida como de
ultratumba y por tanto causa inquietud.
Los contactos y las llamadas que comencé a recibir coincidían
en ello; les pareció muy bien Alfaro hasta que se vino abajo con esas frases,
inclusive criticando la Fil. Una de las actividades que produce la mayor
derrama económica en el estado. Por muy proyecto padillista que sea, es de lo
poco que podemos presumir culturalmente en el país.
Es probable que, como dicen las encuestas, la parte rijosa e inclinación
a las rupturas mostradas por Enrique Alfaro lo tengan en último lugar.
Otro error fue no mencionar a López Obrador, ahora que su
imagen crece y logra adherentes que en 2006 le dieron la espalda. Debió ser
congruente con el discurso de Morena, con énfasis en la justicia social.
Fernando Guzmán y la señora Martínez fueron como la
caricatura del debate. Él, con un look como de payaso desmaquillado se veía
cómico. ¿Qué ocurrencias de teñirse el cabello como si fuera nacido en Noruega?
¿Por qué darse un aire nórdico tan artificial que parecía que iba disfrazado de
algo? No vimos al Fernando Guzmán de la publicidad, lo trocaron por un actor
que tampoco sabía de política.
Fue el único que comenzó seguro de sí mismo, hasta parecía
que iba para más. Ya ni se fijaba uno en los pelos pintados que le resaltaban
por el efecto de la luz. Pero zas, comienza con sus diatribas acusatorias, con
todo y enumeración de apodos de los supuestos o reales acompañantes o ayudantes
de Aristóteles. Un discurso pobre,
descafeinado, sin propuestas concretas. Padece el efecto Josefina.
La señora Ángeles Martínez? Ya no recuerdo muy bien el
nombre. Es un ejemplo de lo ridículo que puede ser un proceso electoral. No por
ella, que como mujer y ciudadana merece todo mi respeto, sino por su
impreparación para una actividad tan delicada como es la política. Ni siquiera
mostró habilidad para leer. ¿El Ife no puede aplicar exámenes a los candidatos
antes de que se les dedique fuertes sumas en anuncios, giras, etcétera?
No tiene caso hablar de las propuestas de esta señora o lo
que dijo, no recuerdo absolutamente nada. Ni creo que alguien más recuerde algo.
Qué extraño que ninguno de los debatientes mencionó a los
candidatos a la presidencia de sus respectivos partidos, máxime quienes están
mejor posicionados.
Tampoco denotaron conocer absolutamente nada de las problemáticas
regionales del estado; los problemas de los indígenas, de la sequía que azota
el norte del estado, de los problemas agrarios por el abuso de los
desarrolladores, de la falta de seguridad en las carreteras, de la contaminación
en las playas, del potencial económico de lugares como los pueblos mágicos, de
la artesanía de Jalisco, como equipales, alafarería, cuchillería, etc.
Pareciera que no han recorrido Jalisco, ni mucho menos conocen
sus rasgos culturales e históricos. Como que no han salido de Guadalajara.